miércoles, 5 de diciembre de 2012



La leyenda de Santa Claus surgió de la historia de San Nicolás de Bari, quien nació alrededor del año 280 en Patara, una provincia de Asia Menor.



Se dice que era hijo de una familia adinerada y tuvo una buena educación, pero que al morir sus padres, regaló todos sus bienes y se dedicó a la vida religiosa, siendo ordenado sacerdote cuando tenía 19 años.
Por su amor y generosidad sobre todo hacia los niños, fue llamado “obispo de los niños” y su fama se extendió por muchos lugares, donde empezó a ser protagonista de varias leyendas fantásticas, una de ellas, que salía por las noches para repartir regalos entre los necesitados, lo que unido a los milagros que realizó, motivó a que la iglesia católica lo canonizara, convirtiéndolo en santo.
La leyenda de San Nicolás se extendió hasta Alemania, Suiza y los Países Bajos pero además, la que más importancia tuvo y que dio origen al famoso Santa Claus, fue la de que dejaba regalos para los niños y esto lo hacía secretamente el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra la fiesta en su honor, pero después, por motivos religiosos, cambió el día de entrega de sus regalos a la noche del 24 de diciembre, fecha en que celebra el nacimiento del niño Jesús.

La misión de repartir regalos a los niños en Navidad fue adoptada por toda Europa, lo que varió fue el personaje encargado de hacerlo, que pasó de San Nicolás, al Niño Dios y después a los gnomos, al Padre Invierno Nórdico, a la Bruja Buena Italiana y otros personajes más.
Dejate llevar por el autentico espiritu de la Navidad bienvenido al mudo magico de los niños. Adentrate en el bosque de la mano de tu infancia ,haz tus sueños realidad,sigue el camino de baldosas
amarillas.


ADENTRATE  EN EL BOSQUE DE LA MANO DE TU INFANCIA

La niña de los fósforos
Por Hans Christian Andersen

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.

Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos
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domingo, 2 de diciembre de 2012

Adentrate en el bosque de la mano de tu infancia,y vuelve a ser niño otra vez





 

La niña de los fósforos
Por Hans Christian Andersen


¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.

Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos

La leyenda de Santa Claus surgió de la historia de San Nicolás de Bari, quien nació alrededor del año 280 en Patara, una provincia de Asia Menor.

Se dice que era hijo de una familia adinerada y tuvo una buena educación, pero que al morir sus padres, regaló todos sus bienes y se dedicó a la vida religiosa, siendo ordenado sacerdote cuando tenía 19 años.
Por su amor y generosidad sobre todo hacia los niños, fue llamado “obispo de los niños” y su fama se extendió por muchos lugares, donde empezó a ser protagonista de varias leyendas fantásticas, una de ellas, que salía por las noches para repartir regalos entre los necesitados, lo que unido a los milagros que realizó, motivó a que la iglesia católica lo canonizara, convirtiéndolo en santo.
La leyenda de San Nicolás se extendió hasta Alemania, Suiza y los Países Bajos pero además, la que más importancia tuvo y que dio origen al famoso Santa Claus, fue la de que dejaba regalos para los niños y esto lo hacía secretamente el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra la fiesta en su honor, pero después, por motivos religiosos, cambió el día de entrega de sus regalos a la noche del 24 de diciembre, fecha en que celebra el nacimiento del niño Jesús.
La misión de repartir regalos a los niños en Navidad fue adoptada por toda Europa, lo que varió fue el personaje encargado de hacerlo, que pasó de San Nicolás, al Niño Dios y después a los gnomos, al Padre Invierno Nórdico, a la Bruja Buena Italiana y otros personajes más.


Pero no en todos los lugares Santa Claus recibe el mismo nombre, se llama Papá Noel en España, Kolya en Rusia, Niklas en Austria y Suiza, Pezel-Nichol en Baviera, Semiklaus en Tirol, Svaty Mikulas en la ex Checoslovaquia, Sinter Klaas en Holanda, Father Christmas o padre Navidad en Gran Bretaña, Santa Claus en Estados Unidos y México, Père Noël o Padre Navidad en Francia y otras muchos otros nombres, aunque sea el mismo personaje.
A través de los años, la imagen de Santa Claus, también conocido como Papá Noel se fue modernizando y aunque conservó su hermosa barba blanca, el hábito de obispo fue remplazado por el hoy famoso saco y gorro rojo con ribetes blancos, botas y cinturón negros. hacia 1863, adquirió la actual fisonomía de gordo barbudo bonachón con la que más se le conoce. Esto fue gracias al dibujante alemán Thomas Nast, quien diseñó este personaje para sus tiras navideñas en Harper’s Weekly. Allí adquirió su vestimenta y se cree que su creador se basó en las vestimentas de los obispos de viejas épocas para crear este «San Nicolás», que en ese momento ya nada tenía que ver con San Nicolás



Igualmente, ya en el siglo XX, la empresa Coca-Cola encargó al pintor Habdon Sundblom que remodelara la figura de Santa Claus/Papá Noel para hacerlo más humano y creíble. Esta versión data de 1931. En este punto, sin embargo hay que aclarar que es solo una leyenda urbana la creencia de que el color rojo y blanco de Santa Claus tenga su origen en los spots que la marca Coca-Cola empezó a hacer a partir de 1931, aunque sí es cierto que contribuyeron a la popularización de estos colores y del mito mismo. Hay muchas ilustraciones y descripciones casi fidedignas anteriores al spot como la de Thomas Nast (1869) o St. Nicholas Magazine (1926), entre otras; eso sin considerar además las antiguas representaciones religiosas del obispo San Nicolás de Mira ó San Nicolás de Bari, en las que es común el color rojo y blanco de la vestimenta religiosa, si bien es cierto que desde mediados de 1800 hasta principios de 1900 no hubo una asignación concreta al color de Santa Claus, siendo el verde uno de los más usados. Por lo tanto, se considera que la campaña masiva de Coca-Cola fue una de las principales razones por las cuales Santa Claus terminó vestído de color rojo y blanco, pero estos publicistas no fueron los primeros en representarlo con estos colores.


En cuanto a la morada de Papá Noel, como la leyenda se originó en el Hemisferio Norte, a principios del siglo XX se esparció la idea de que viviría en el Polo Norte; sin embargo igualmente hay que recordar que existen otros lugares cercanos postulados como su hogar, los cuales son: Laponia sueca, Laponia finlandesa y Groenlandia; puesto que el Polo Norte está en medio del Océano Ártico.
Actualmente Santa Claus vive en el Polo Norte junto a la Señora Claus y una gran cantidad de Duendes navideños, que le ayudan en la fabricación de los juguetes y otros regalos que le piden los niños a través de cartas. Su trabajo durante todo el año es vigilar a los niños y niñas para ver cómo se portan, y ya llegada la Navidad, leer todas las cartitas que le llegan y ahora no sólo por correo o por medio de un globo, sino también por internet.
Para poder transportar los regalos, Santa Claus los guarda en un saco mágico y los reparte a las 00:00h del día 25 de diciembre, en un trineo mágico volador, tirado por «renos navideños», liderados por Rodolfo (Rudolph); un reno que ilumina el camino con su nariz roja y brillante, siendo el último en agregarse a la historia


Santa Claus puede entrar a los hogares de los niños, transformándose en una especie de humo mágico; así cabe por la chimenea u otro orificio de las casas; si éstas no disponen de una.lg_santa_1951
Para saber qué niños merecen regalos, Santa Claus dispone de un telescopio capaz de ver a todos los niños del mundo; además de la ayuda de otros seres mágicos que vigilan el comportamiento de los niños. Así, si un niño se ha comportado mal, se dice que quien lo viene a visitar es Carbonilla, y no Santa Claus; y como castigo Carbonilla le regala a los niños solo carbón.
El día de su llegada suele comer mucho, porque en cada casa encuentra, chocolates, galletitas, pasteles, bebidas y dulces que sus amiguitos le dejan para que recobre su energía y pueda cumplir con su larga y agitada noche de entregas.
Hoy en día, Santa Claus se utiliza para vender toda clase de cosas durante la época navideña y casi nadie recuerda su verdadera historia, o sea que San Nicolás fue un santo obispo que se preocupaba por los pobres, especialmente los niños y se hizo famoso por su caridad.
De todos modos, te deseo que todos tus sueños se hagan realidad , pero también debemos compartir algo con aquellos niños y niñas que no tienen la suerte de conocer a Santa Claus.



vídeo/cuento


Una historia navideña diferente, porque los mejores regalos son los que nacen del corazón y no del dinero.